El modelo económico intrínseco de todos estos años se basaba en alta presión tributaria, importantes retenciones, subsidios crecientes y elevado gasto público -en especial, la prestación pública asistencial de carácter económico-, y dólar alto. Todo ello, para hacer políticas activas tendientes a motorizar el consumo, programas sociales e inversión pública.
En ese contexto, un poco de inflación no venía mal mientras el salario creciera unos puntos por encima de ella, sin importar que se atrasara el tipo de cambio (salarios altos en dólares). La apuesta era a que el consumo y las economías regionales sean protagonistas excluyentes.
Pero las inconsistencias derivadas de la creciente pérdida de los superávit gemelos (fiscal y comercial) fueron mellando aquel “modelo”, y aparecieron la intervención del Indec; el cepo cambiario como respuesta a la fuga de dólares; el incremento del gasto público como consecuencia de los crecientes subsidios y el proceso inflacionario que trajo aparejado el atraso cambiario.
Frente a todo ello, la respuesta fue una brusca devaluación (en enero 2014), que frenó las importaciones -autos, motos, celulares, entre otros productos); subió la tasas de interés bancarias. También llevó al blanqueo de la inflación pero sin explicitar el empalme, ni la metodología, y tampoco precios relevados por distritos. Inclusive, se pidieron adelantos de dólares a exportadores y obligaron a los bancos a desprenderse de la tenencia de la divisa estadounidense. Había que cuidar las reservas internacionales.
En Economía, ya lo dijimos varias veces: lo único que no se pueden evitar son las consecuencias. Así comenzaron a aparecer la tan temida caída de la actividad, acompañada siempre por la recurrente inflación.
La inflación fue variando. De ser una inflación de demanda hasta diciembre de 2013, pasó a inflación de costos como consecuencia de la devaluación de fines de enero último. En Marzo hubo una combinación de ambos factores por la estacionalidad del comienzo de clases.
Otra consecuencia fue la paralización del crecimiento del empleo; la caída del salario real por efecto de la inflación reconocida y el encarecimiento de los créditos para consumo.
También impactó la política del Banco Central (BCRA) que, al subir las tasas y continuar emitiendo para financiar al Tesoro, se vio obligado a absorber pesos generando un déficit cuasi fiscal que alienta expectativas desfavorables.
A la encrucijada de evitar la fuga de la moneda de EEUU con suba de tasas de interés -alienta colocaciones a plazo fijo, por ejemplo-, la actividad económica cayó al encarecer el crédito.
Al devaluar se incrementaron los costos y continúa la inflación sin ninguna garantía de frenar el drenaje de divisas como efectivamente sucedió.
A esta altura, estamos con una inflación reconocida en el trimestre del 10%, con caída de la actividad y camino a la estanflación, y rezando para que se liquiden los dólares de la cosecha gruesa lo más rápido posible. A ello se suma una aceleración en las negociaciones para lograr un acuerdo con acreedores externos para poder endeudarnos y que vía YPF ingresen dólares por Vaca Muerta (megayacimiento no convencional).
Pensar en planes de estabilización o equilibrar las cuentas públicas para reducir el déficit fiscal y así ingresen inversiones son parte de la teoría, pero no de la práctica a esperar del Gobierno nacional. No está haciendo un ajuste querido, solo trata de “caminar” sin caerse hasta terminar el mandato.
Por eso apuesta a que la caída de la actividad desacelere la tasa de inflación y que las paritarias vuelvan a motorizar el consumo y así poder llegar lo mejor posible hasta fines de 2014.
En Tucumán, las expectativas están centradas en las políticas monetarias y cambiarias nacionales; en la refinanciación de la deuda por parte de la Nación y en la zafra azucarera. No hay más.